Vida en Castilla años 50

Donde nació CASTILLA


El abandono del mundo rural

Decía el poeta:  
"y castellanos de alma, labrados como la tierra y airosos como las alas".






Pensamiento de un viejo labrador castellano:
 “Cuando ya estéis cansados de ser esclavos de una empresa, ya os gustaría ser libres pues nada hay mas preciado en la vida que la libertad. En vuestra casa viviréis libres y no os faltara que comer trabajando vuestras fincas, hoy los labradores son los mas ricos del mundo y son los mas libres, los mas honrados y mas humildes aunque sean los que mas trabajan,  pero trabajan por su gusto, nadie les domina son dueños de su libertad”.
Tenia que suceder y finalmente sucedió; se decía “no nos queda otra”, no había otro remedio, son  nuevos tiempos, nuevas formas de vida se acabó el pueblo, sonaba con fuerza la llamada de la gran ciudad, el cambio del mundo rural al mundo urbano. 
El abandono de la Aldea, la aventura en la gran ciudad
Hay quien lo llamo huida, yo  no lo llamaría así, huir es esconderse por temor  a algo desconocido y no era el caso, conocían muy bien su trabajo, quien no, después de tantos años y tanto esfuerzo para arrancar la cosecha a esas tierras tan poco productivas, para mí, fue un abandono obligado, era dejar su rutina para comenzar una nueva vida, que a la postre no era sino una aventura en la gran ciudad.
Finalmente todo se acabó, casi todos se fueron, abandonaron el campo, unos por que buscaban una manera mejor de ganarse la vida y otros por que se hicieron mayores, los jóvenes, los de mediana edad y también los  abuelos, dejaron atrás su forma de vida, todo lo que habían querido, una mañana, sin desearlo, sin protestar, con pena, con dolor, con esperanza se trasladaron o los trasladaron a una ciudad desconocida, a una casa más bien pequeña, a veces unas escaleras oscuras o estrechas o mal pintadas, con suerte con frigorífico, un paisaje sin apenas árboles, sin huertos, sin ranas, ni setas, ni caracoles, ni luciérnagas, casi sin primaveras, sin tormentas de verano que amenazaban sus cosechas, eso si, con gente, mucha gente muy distinta y a veces tan distante.
Fue muy doloroso para todas las familias a la par que irremediable, su pueblo se había quedado sin gente. Todo el mundo se había ido a la ciudad, a buscar un nuevo modo de conseguir su sustento, algunos encontraron empleo en las fábricas, otros trabajaban en comercios y los mas lanzados montaron su propio negocio, pero todos  habían abandonado el campo, ya no había ni matanza, ni siega, ni trilla, salieron de su casa, la abandonaron, y ahí sigue, abandonada, poblada de fantasmas, de deseos, de sueños, de rezos, de silencio, aunque hoy día hay quien se atreve a volver a recordar los años pasados a encontrase otra vez con la gente con la que paso su juventud o a huir de nuevo de la gran ciudad, de los atascos de la indiferencia de no ser nadie en la maraña humana de las grandes ciudades.
Estoy hablando de los que nacimos en la década de los años cincuenta y sesenta una forma de vida que conocimos muchos de los que hoy somos mayores, que parece tan lejos y que a la par está tan cerca, a día de hoy, he intentando meterme en la piel y en la vida de un hombre de aldea de los  años cincuenta y, tratando de verlo desde  la óptica actual, pienso que se puede afirmar que hemos pasado en una media centena de años, de vivir casi en la prehistoria que imperaba en esas aldeas, a una modernidad que no sabemos muy bien donde nos llevará, que de pronto aparece llena de incertidumbres,  dicen que vivimos en un mundo globalizado que no conocemos bien como resultará, no sabemos si nos traerá los esperados beneficios, que algunos nos anuncian, o acabaremos con este mundo tan grande y que a la par se nos está quedando tan pequeño.
Lo que sí es cierto es que consumimos bienes y servicios que en la mayoría de los casos no son esenciales ni necesarios y, desde de mi humilde punto de vista, lo estamos haciendo a tan gran velocidad y escala, que posiblemente estemos comprometiendo seriamente los recursos naturales y poniendo en peligro el equilibrio ecológico de nuestro mundo; a la par existen países sumidos en una miseria intolerable en tiempos de tanto exceso y dispendio de las regiones de occidente, ya somos no sé cuantos miles de millones en el planeta Tierra y con la seguridad de que en pocas décadas se duplicará de nuevo, somos muchos a consumir y si no terminamos con este consumismo voraz consiguiendo, a su vez, un reparto más equitativo, es muy posible que acabemos con todo los recursos del planeta, con  las materias primas, las aguas, los árboles, nos puede faltar hasta el aire.
No se si será una utopía basada en mis reminiscencias del pasado o es que  tendremos ante nosotros la solución a todo este barullo de globalización, consumo, polución, ecología, agobios, atascos, aglomeración, multitudes, indiferencia.
Ahora que está de moda la innovación, mejoremos la comunicaciones, adecuemos las casas respetando el paisaje y huyamos de nuevo de la cuidad para encontrarnos con algún pueblo, tanto los que lo añoramos como aquellos otros que aun no habiéndolo vivido de niños sienten la necesidad de encontrase con la naturaleza a la vez que huir de la opresión y el ahogo de los grandes núcleos urbanos. Otros países de centro Europa lo han hecho y viven desde hace años así en pequeñas poblaciones que al menos cuando las visitamos en los viajes son como de cuento, casi idílicas.